domingo, 7 de mayo de 2017

Ni fui madre, ni esposa, ni viuda, ni religiosa. Centenario de Gloria Fuertes


Solitaria, religiosa, lesbiana, enamoradiza, soltera, feminista, pacifista, castiza, poeta (no ‘poetisa’, que no le gustaba esa palabra), surrealista, pacifista, siempre del lado de los desfavorecidos, poeta social por excelencia, una mujer adelantada a su época. Todo eso era Gloria Fuertes. Fue mucho más que “Un globo, dos globos, tres globos”.

Cuando sus amigos la visitaban en su piso, cerca de la Castellana, en Madrid, a menudo le llevaban una botella de whisky (que le encantaba) o un jugoso lenguado, para que ella no gastara. Estos mismos amigos se quedaron atónitos cuando Gloria Fuertes murió, en 1998, y supieron que tenía cien millones de pesetas en el banco, un dineral que legó en su testamento a La Ciudad de los Muchachos. Devolvía así a los niños la fortuna que consiguió gracias a ellos.

En España, Gloria Fuertes era la declamadora de poemas para niños y una superestrella de la tele y la radio.

En el extranjero, Gloria Fuertes es una poeta fundamental de la posguerra española. En Estados Unidos hay hasta 12 estudiosos especializados en ella y docenas de tesis doctorales. También la aprecian en Noruega: su foto ha adornado la cola de aviones de la flota de Norwegian Airlines. Hay sesudos estudios sobre su poesía social, su etapa de militancia en el movimiento literario del postismo o sobre su especial estilo que mezcla lo real y lo ficticio, en su lenguaje coloquial y desenfadado, tan rompedor.

Su obra es mucho más que La gata chundarata y La oca loca. Fue una figura de la literatura de primer orden. «Ella y Gabriela Mistral son las únicas mujeres incluidas en la antología Norton que agrupa a cien poetas en lengua castellana», cuenta Paloma Porpetta, presidenta de la Fundación Gloria Fuertes y heredera, con su hermana Marta, de los derechos de autor de la escritora.

También Jaime Gil de Biedma seleccionó sus versos en importantes colecciones en las que compartió protagonismo con Gabriel Celaya (amigo suyo), José Agustín Goytisolo o José Hierro. Francisco Nieva (otro gran amigo) alabó su «invención de imágenes, de giros y sonoridades llenos de calidad y de sorpresa».



«Yo soy una madrileña del montón, del “montón” de Manila». Gloria Fuertes (1917-1998) y Madrid están ligados a una misma historia. La de la ciudad en la que creció y forjó para siempre su eterno cargo de «poeta de guardia». La misma que, en el centenario de su nacimiento, espera dedicarle una plaza en su Lavapiés natal, entre otros homenajes que se están desarrollando. Ayer, 14 de marzo, se inauguró la Exposición del Centenario en el Centro Cultural Fernán Gómez.


«Gloria era tan profunda como sencilla», explican Carlos Figueroa y Aurelio Merino, especialistas y enamorados de la poeta, esperanzados con que la efemérides del nacimiento ayude a conocerla mejor. Su vida, sin embargo, fue más compleja que su obra. Nació y vivió en una buhardilla por Tirso de Molina. Hija de una costurera y un conserje, aprendió en varios colegios, entre ellos uno religioso. «Me llevaron a un colegio muy triste; donde una monja larga me tiraba pellizcos, porque en las letanías me quedaba dormida», contó en sus versos.


POETA INDEPENDIENTE

Ni fui madre, ni esposa,

ni viuda, ni religiosa;

y sin embargo soy

madre, de todos los niños del mundo,

esposa, porque esposé con todos mis amores,

viuda, porque enviudé de penas y alegrías,

religiosa, porque fundé mil Casas con mis versos.

No fui nada y soy algo.

Soldado, porque luché y lucho por la paz,

obrera, porque laboro en mi mesa de papeles,

maestra, porque enseño a los niños a reírse,

modista, porque coso los rotos a la gente,

modesta, mi lujo es el silencio en zapatillas.

Trabajo por mi cuenta

poeta independiente,

para llevar a todos

trozos de paloluz.

Historia de Gloria

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